Hay un
claro de cielo por donde se filtran los -no
sé-,
de picada
caen
con un ojo
medio en tuerto, la boca de costado
como
apuntando a las frentes de los porteños
que en hora
pico abundan y transpiran.
Después, de a uno,
los muy míos
cobardes y
porfiados
van a dar
derecho derechito la cabeza contra las
vias viejas
de la
avenida Rivada
entorpeciendo
el transito,
desesperando
a los choferes.
Colectivero que se baja con el traba volante
Pasajero lo frena a medio escalón;
Treintañero del Renault clava los frenos
Señora se lo lleva puesto de atrás.
Enseguida
los -no sé-
rápidos
para desoír los bocinazos y las puteadas:
que se
alborotan y fingen la nada,
como un
nene caído y levantado antes de la vergüenza;
que se despabilan
y sacuden los ojos de -no sé-,
que suelen
estar medio cruzados;
que para un
lado y otro u otro.
Así como
vinieron a dar contra el asfalto
se van
mas -yo no fuis- que -yo no sés-.
Alguno para
la boca del subte,
otro bajo
la manta de un artesano
otro se
cree vivo en la garita del policía
y otro
silba como quien ve la luna.
Unos ciento
ocho -no sés- llegue a contar
Desde mi balcón
de piso nueve
Cuando
empezaba a menguar el espectáculo.
Hasta que
del claro del cielo, un -no sésito- rezagado
Se sumo a
la saga,
y yo como
quien -este a mi no se me escapa-
pegué el
salto y lo alcancé.
No se con exactitud
si justo antes de dar
con la
frente de un porteño en hora pico
o después
de dar derecho derechito la cabeza
contra las
vias viejas de la avenida Rivadavia
y
entorpecer el transito,
desesperar
a los choferes,
al
treintañero,
y a la
vieja
Que por lo
visto tampoco sabía nada.
Julián Reynoso